Clarion Herald – 8/26/17
¿Cuánto le impactó y le entristeció, los sucesos violentos en Charlottesville, a principios de este mes? ¿Cómo se enteró?
La primera vez que oí hablar fue, cuando recibí un informe de alerta en mi teléfono celular, y lo he estado siguiendo desde entonces. Mi corazón se hundió cuando lo oí, porque es otra indicación de que el racismo está vivo y arraigado en los Estados Unidos, y también en nuestra propia archidiócesis.
El racismo existe, obviamente, en los corazones de las personas primero, luego viaja, y se manifiesta en nuestra sociedad, y a veces incluso, se arrastra hacia la Iglesia. Tenemos que ser honestos sobre eso. En este caso, tenemos que mirar con mucho cuidado la supremacía blanca y los grupos neonazis. Estos son grupos que desde hace mucho tiempo se han propuesto fomentar el racismo, excluir e irrespetar a otras personas. Ellos se ven a sí mismos como “supremos”. Dios, ha creado a todas las personas con dignidad y valor. Por lo tanto, para nosotros en Luisiana decir que el racismo no está presente entre nosotros, y que nos afecta, sería ser muy tonto.
¿De dónde viene esta ira y odio?
El racismo proviene de personas que miran hacia abajo a otros que son diferentes, o que tienen diferentes ideas, e ideales. El racismo significa que no sólo no estoy de acuerdo con las personas del otro grupo, sino que también les falto el respeto, y creo que tengo el derecho de lastimarlas, verbalmente o físicamente, es exactamente lo que sucedió en Charlottesville. Entonces, pienso que el racismo avanza a una segunda fase, que es arrogancia. Y luego, en tercer lugar, puede pasar a la violencia. Acabo de leer un titular de una historia en la portada de la sección del USA Today’s Life: “Los asesinos en la película están haciendo un asesinato en la taquilla.” Estamos básicamente anunciando y manteniendo como norma, el acecinar a la gente, asesinándolos. Ese es un mensaje cultural, y ciertamente, es parte del racismo. A veces el racismo es verbal, y a veces es físico.
La arquidiócesis ha tratado de sensibilizar a la gente a través de su ministerio de armonía racial, que da talleres en todo el área.
Es un ministerio maravilloso, pero en mi opinión, no se utiliza lo suficiente. A veces, cuando se ofrece a las personas en un área determinada, pueden decir: “Oh, el racismo no es un problema en nuestra parroquia o en nuestra área”. Es un enfoque muy ingenuo, e incluso más que eso, no se enfrenta a la realidad, no miramos al elefante en la habitación.
Realmente, creo que todos tenemos una mancha de racismo en nuestros corazones. Es fácil señalar con el dedo a alguien más, ver la tragedia en Charlottesville, y decir lo terrible que fue. Pero eso debería ayudarme a hacer la pregunta: ¿Hay algo que hago o diga, o una actitud que tengo, que fomenta el racismo?
¿De que manera las garantías de libertad de expresión en la Primera Enmienda juegan en esto?
Estoy de acuerdo en que tenemos derecho a la libertad de expresión, pero no tenemos el derecho de menospreciar a otra persona, o herirlas físicamente. No tenemos derecho a faltarle el respeto a otra persona creada por Dios. Esa es una verdad que viene no sólo de nuestra Constitución, sino del Evangelio. Todo este asunto plantea dos preguntas: Primero, ¿Hay algo en nuestras vidas que sea racista, o que se parezca al racismo? Segundo, ¿Qué debemos hacer de ser voces proféticas en nuestra sociedad? Cuando vemos el racismo, ¿nosotros, de manera respetuosa, lo llamamos de la forma que es y luego nos ayudamos a nosotros mismos y a otras personas a cambiar de corazón?
Una de las cosas que más me preocupa es, lo que les estamos enseñando a nuestros hijos. Les estamos enseñando que el divisionismo o la división está bien. Les estamos enseñando que, la violencia está bien, que la arrogancia está bien.
Les estamos enseñando que un grupo que odia a otro grupo es la norma. En casa y en la escuela, tenemos que enseñarles lo que es la división, el racismo y la falta de respeto por otras personas. También, tenemos que ayudarles, si están inclinados a cualquier tipo de prejuicio, a nombrar ese prejuicio.
Muchas veces, no queremos hablar sobre lo obvio, sobre el volcán que está en erupción. Pero tenemos que hablar de ello. Además, necesitamos ayudar a los jóvenes a identificar lo que está pasando en nuestra sociedad. Si una persona es racista, debemos decirle a nuestros hijos que ellos son llamados a respetar a la persona, y no deben seguir su ejemplo. No deben estar de acuerdo con ellos. Deben orar por ellos, y hacer lo que puedan para ayudarlos a cambiar. Por último, tenemos que enseñar a nuestros hijos, a hablar en contra del racismo y a tomar esa postura. Todo esto, está enraizado en el mensaje del Evangelio. Si nosotros, cristianos y Católicos, si no nos preparamos, y no hacemos nada, nos convertimos en parte del problema.
¿Cuán preocupado está usted por nuestro país?
Además de vivir la segregación en los años cincuenta y sesenta, no recuerdo en mi vida que nuestro país esté tan dividido, violento o polarizado, y eso me asusta. Me preocupa porque se supone que nuestros líderes nos guían hacia la paz, el respeto mutuo y el respeto por los demás, y algunos están haciendo exactamente lo contrario. Se ha convertido en la norma, el decir lo que quieras de alguien. Eso, se considera aceptable. Bueno, podría ser políticamente ventajoso, y podría ser socialmente aceptable, pero no es aceptable para Cristo. Necesitamos orar por nuestro país, y tomar medidas para erradicar todas las formas de racismo en nuestras propias vidas, y por extensión, en nuestro país.
Preguntas para el Arzobispo Aymond pueden encontrarse en: [email protected]